Felipe Vera
Día de los parques nacionales: la oportunidad de proteger nuestro territorio y sus comunidades
Las unidades naturales de conservación, ya sean parques o reservas nacionales, experimentan en la actualidad fuertes presiones ya que, por un lado, muchas han sido constituidas tras el desplazamiento de poblaciones originarias que hoy reclaman su restitución y, por otro, son lugares emblemáticos de las acciones humanas en beneficio del ambiente.
Desde 1940, con la “Convención para la Protección de la flora, la fauna y las bellezas escénicas naturales de América”, promulgada el 12 de octubre de ese año, en Washington, los gobiernos de América establecieron un compromiso para proteger y conservar espacios de gran belleza escénica y relevancia educativa, histórica y científica, estableciendo entre otras áreas, los parques y reservas nacionales.
Por otro lado, la preocupación por el deterioro ambiental se transforma en uno de los temas políticos más relevantes a nivel mundial. Su importancia se incrementó desde la década de los años 70, cuando el Club de Roma da una de las más importantes alertas sobre el deterioro ambiental global, con la publicación del informe “Los límites del crecimiento”,1972.
Este informe evidenció la capacidad limitada del planeta para soportar “la industrialización acelerada, rápido crecimiento demográfico, escasez general de alimentos, agotamiento de recursos no renovables y deterioro del medio ambiente” (Pierri, 2005). Sin embargo, la ONU prefiere una posición moderada que compatibiliza conservación y crecimiento, que posteriormente se consolida en la fórmula del desarrollo sustentable.
A finales de los años 80 y principios de los 90, la reivindicación de los derechos de los pueblos indígenas toma relevancia y tiene eco en las Naciones Unidas. Sus demandas se traducen en el Convenio 169 de la OIT de 1987 y en la Declaración de las Naciones Unidas sobre los derechos de los pueblos indígenas en el 2007, que reconoce la propiedad ancestral de estos pueblos sobre sus territorios, basado en el uso histórico de los espacios. Los territorios reivindicados por los movimientos indígenas recientes son vitales para hacer viable el sistema de producción capitalista, pues reúnen “recursos naturales” fuente de materias primas y de compensación de los contaminantes generados por la producción industrial.
En un contexto en donde los pueblos indígenas se posicionan como nuevos actores sociales, con poder político, la definición de políticas estatales sobre los parques nacionales exige la participación de estos grupos humanos y su cultura para viabilizar los proyectos de desarrollo, por un lado, y para promover la justicia ambiental, como reivindicación de los derechos sobre territorios despojados, por el otro.
Es decir, si previo a las declaraciones internacionales y el posicionamiento de los pueblos originarios en América Latina, los Estados habían gestionado estas zonas de protección con legitimidad desde las corrientes ambientales más fundamentalistas, sin cuestionar las acciones de desplazamiento de las personas y localidades, el nuevo contexto plantea una discusión entre la conservación y la coexistencia de modos de vida, que permita a las poblaciones atender sus necesidades humanas fundamentales -abordadas desde sus dimensiones simbólico-materiales- bajo una racionalidad sustentable.
En este sentido, es importante fundar una nueva cultura trascender la mirada ecologista sobre las unidades de protección, para visualizarlas como territorios donde es posible construir modos de vida sustentables con justicia ambiental, cerrando la brecha que establece la racionalidad occidental, al separar al ser humano de la naturaleza.
Para lograr esto, se utilizan las dimensiones no materiales de las necesidades humanas fundamentales, propuestas por el Desarrollo a Escala Humana y se reflexiona de manera participativa con líderes y miembros de las comunidades ancestrales, acerca de los efectos del desplazamiento territorial, el acceso a los bienes y servicios ambientales al interior de su comunidad; y se señalan las carencias y, por tanto, las pobrezas que han generado. Igualmente, al identificar las potencialidades que perduran en la población en estudio se brindan pistas para construir modos alternativos de vida; modos de vida que no se subordinen al modelo de desarrollo dominante y su tendencia a homogenizar y universalizar, sin considerar la diversidad.
Así, mediante la indagación participativa, se conocen y comprenden los recursos y las capacidades propias de las comunidades ancestrales. Se ponen en valor estas condiciones para potenciar la convivencia equilibrada del ser humano y la naturaleza en las unidades de conservación.
De esta manera, se proponen líneas de acción en conjunto con la comunidad y se reconoce la necesidad de que exista una articulación orgánica y de desarrollo endógeno, como opciones para posibilitar su r-existencia, superando las pobrezas generadas por no actualizar las necesidades humanas fundamentales.fundamentales -abordadas desde sus dimensiones simbólico-materiales- bajo una racionalidad sustentable.
Fotos de Chino Díaz, Patagonian Fjords